Cuando los aviones bombardeaban La Moneda, comenzaba a tejerse uno de los períodos más oscuros que se tenga recuerdo en la historia de Chile. Se instauraba el terrorismo de estado como medida de control y se iniciaba la contrarrevolución cultural, económica y social que sometió a la población a un regimen neoliberal que permeo cada estructura y capa social.
Diecisiete años de férreo y duro control, que perpetuó un gobierno y una constitución neoliberal, mediante mecanismos espurios que le dieron significancia, control, validez y poder a un sector minoritario de la sociedad, los mismos que se orquestaron y complotaron para hacer caer el gobierno de Salvador Allende.
Las manifestaciones políticas, culturales, sindicales y territoriales fueron silenciadas a punta de fusil, tortura, desapariciones y relegamientos. De esa manera, se fue construyendo una realidad silenciosa, cómplice e impune, que ocultó con injusticias y desidia el dolor y el grito desgarrador de las familias que buscaban, en cada rincón, una señal que les indicarán que sus cercanos estaban con vida.
Nos fuimos construyendo con ese dolor, con la injusticia y la impunidad a cuestas. Años dolorosos que nunca han tenido un final, es una herida abierta que sangra cada cierto tiempo. Se abre cuando nos damos cuenta que la justicia no llegó, que quedó enredada en “la medida de lo posible”. Sangra profusamente cuando asoman, enfundados en palabras de democracia y representación, los cómplices activos y pasivos de una dictadura ataviada de crimen y dolor.
Las consecuencias de esos años negros, nos persiguen hasta hoy. A punta de gritos vociferantes, reclamo callejero y fuego descontrolado, se puso en jaque el legado del dictador. La sociedad entera, excepto los amantes del pasado, señaló que los años del neoliberalismo concluían, que la construcción de un país de todos, ese con sabor a empanada y vino tinto, podría ser una realidad.
Cuatro décadas después seguimos buscando justicia para los 3.255 chilenos muertos en dictadura. Cuarenta años después seguimos en el mismo lugar, indagando respuestas y disculpas en aquellos que se parapetaron en la relativización del tiempo y del olvido. La herida seguirá sangrando mientras no se haga justicia en el sentido completo de la palabra y no se asuma a cabalidad que vivimos los años más oscuros de nuestra novel historia.