Iván Aróstica camina con paso seguro por el paseo Huérfanos, transita sabiendo que en unos minutos improvisará un concurrido punto de prensa, teniendo como compañía la transmisión en vivo de los actuales amplificadores mediáticos, los matinales. El miembro del Tribunal Constitucional deja entrever que el gobierno equivocó el camino, que en unas pocas horas el famoso requerimiento será cosa juzgada y archivada y que el tribunal no es el oasis de la jurisprudencia chilena, sino un órgano político de inmenso poder controlador y regulador, sumergido en una lucha fratricida entre sus componentes.
Lo que pasó en las horas siguientes no es más que el resultado de, nuevamente, la incapacidad del gobierno de detectar a tiempo la solución a los conflictos y negociarlos, dejando al paso, un vacío de poder y de apoyo político, pocas veces visto en la historia política actual. Desfonde, ingobernabilidad, muerte del sistema, fin del gobierno, una y otra vez se escucharon y leyeron estos calificativos para hablar de la crisis política y social que vive nuestro país. Latamente analistas y comentaristas hablaban de la situación coyuntural, de los símbolos de la soledad de Piñera y de cuáles son las soluciones.
En ese contexto, la clase política, en especial el oficialismo, se toma las pantallas y entrega sus recetas para que ellos mismos logren sobrevivir a esta realidad, en una acción estéril de querer encauzar la energía social, la cual, y que hace años, va discurriendo por otros caminos. Los partidos políticos, saben que no son catalizadores de la rabia y el descontento, y que son ellos el problema, pero aun así, buscan, frente a la pantalla, y a través de peroratas y discursos nimios, soluciones pasajeras a un problema de fondo, que escapa a este presidente, y que ya tenía atisbos de crisis hace 10 años.
La energía de la sociedad navegaba por aguas tranquilas hasta la torpeza del presidente, desde ese momento nuevamente se activó la confusión y la poca capacidad en el hacer y actuar del gobierno y de la elite política e intelectual de nuestra república. Sin embargo, ese acto evocó, también, el espíritu de un sector de la población, que quiere construir un nuevo pacto social, renovando, de paso, el compromiso hacia el proceso constituyente.
En todo este descalabro, los partidos oficialistas miran con espanto como la tarea de lograr el 30% de los constituyentes se está transformando en una tarea titánica. La votación del próximo 15 de mayo va tomando ribetes de épica ciudadana, algo que hace dos semanas no se palpaba en el tráfago diario, pero la reacción en cadena de los hechos que sucedieron a la aprobación del tercer retiro, abren la posibilidad que el discurso que antecedió a la elección de octubre pasado, tome fuerza y relevancia.
El temor de la derecha se hizo realidad, sus miedos eran que las acciones de Piñera y de su gobierno fueran el detonante y fracturaran la poca credibilidad y la capacidad de lograr alguna victoria, simbólica más que significativa, en las elecciones que se avecinan. Esos miedos se pueden concretar, toda vez que el votante traspasará su descontento, rabia y desencanto en el sufragio, castigará la adherencia a aquella figura presidencial que, simbólicamente, es el prototipo de todo lo que una parte de la ciudadanía quiere desterrar de la edificación social.
Las próximas elecciones toman significancia, toda vez que es la forma de darle una orientación a nuestro sistema político; no para enmendar el rumbo y que todo vuelva a hacer como antes, como lo quieren algunos analistas del establishment; sino que como un acto simbólico que permita a esta sociedad contemporánea, compleja y diversa, terminar con el statu quo, la perpetuación del neoliberalismo y la inmovilidad del tejido social, en el fondo que todo llegue a su fin. La derecha sabe que lo que sostenía el modelo está muriendo, propiciado en parte por los cambios en el paradigma y la diagramación social, pero sobre todo por la incompetencia de quien es el jefe de estado, jefe de gobierno, pero sobretodo, jefe de la coalición.