Un proceso de revisión de 2 mil marcas y 25 mil productos de la marca Nestlé, derivó en el cambio del nombre del producto “negrita” por “chokita”.
La instancia, más allá de las tradicionales bromas y discursos conservadores, nos enfrenta a un cambio profundo en las concepciones culturales de los nuevos tiempos. Una época compleja de analizar y asimilar, si seguimos mirando el mundo desde nuestro etnocentrismo.
Porque el mundo está cambiando, al igual que el discurso hegemónico, y esta realidad exige que miremos el mundo desde la descentralización, poniendo en entredicho todas las verdades homogéneas que nos han acompañado como sociedad, desde que somos república.
Está concluyendo el carácter arbitrario de las dominaciones culturales y comienza la visibilidad de la voz de las minorías, esas fuerzas que se encontraban dominadas y sometidas a la institucionalidad binaria de los siglos pasados.
Es en este mundo, complejo, diverso y colaborativo, donde deberá transitar el discurso programático de los candidatos presidenciales que intentarán gobernarnos en los próximos cuatro años. Escenario favorable para los candidatos de izquierda y centro-izquierda, quienes comprenden que el país está inserto en un proceso refundacional de carácter progresista, que la ciudadanía demanda cambios profundos y estructurales, que no estamos insertos en una división ideológica, como repite el oficialismo y los medios tradicionales, y que se necesita un estado al servicio de sus habitantes
Este proceso, no tiene respuesta en la derecha de este país. Solo esta semana, un empresario, Jorge Claro, ligado a Sebastián Sichel y un exministro del gobierno de Piñera, Gerardo Varela, ocuparon los medios afines para referirse al proceso eleccionario como “lo más parecido a la elección de 1970” y al candidato Gabriel Boric, como “una copia de Salvador Allende”, quien “no ha asumido responsabilidades de adulto y quiere ser presidente”.
Estas definiciones nos hablan de una derecha anacrónica, que sigue apretando la tecla de la Guerra Fría, en un mundo binario en blanco negro, entre buenos y malos. Un mundo empresarial, patriarcal y adultocentrista, que se sigue resistiendo al cambio cultural y que no da cabida a la construcción multidimensional de los nuevos espacios sociales. Son los mismos que ven con estupor que el 80% de la población quiera avanzar a un nuevo trato social y defenestrar, precisamente, las conductas de la elite.
El único en el oficialismo, que comprende el fin de la ideología que le dio soporte a la derecha en este país durante 40 años, es el vilipendiado Diego Schalper, quien fue claro en señalar que “los partidos de centroderecha están aburguesados y desactualizados del momento político actual”. Una visión que escapa a la lógica de su sector, que no comprende lo que sucede y que no tiene respuesta a las aplastantes derrotas electorales de los últimos dos años.
En este proceso de deconstrucción y reconstrucción, las campañas presidenciales se deben mover y construir su relato, porque un programa de gobierno que soslaye esta realidad, provocará el principio de la ingobernabilidad para el futuro presidente.