Cuestión de Shares
OK. Votó el 20% de todos los habilitados para votar. Pero ni siquiera sabemos cuántos son los facultados para votar. Habilitado y facultado no es lo mismo: uno es teórico y el otro es pragmático. Es cosa de pensar cuántas personas inscritas en mesas del Instituto Superior de Comercio en Santiago solo saldrían a votar con el permiso del cementerio y el favor de la ouija.
Dado que no tenemos un padrón de gente facultada para votar, no resulta un instrumento lo suficientemente confiable para poder medir la participación electoral efectiva. La digitalización del padrón (no del voto; del padrón) nos permitiría tener una cifra más aterrizada de la gente facultada para votar. En tanto no tengamos eso, solo nos queda hacer reglas de tres en comparación a las últimas elecciones.
Iré a datos menos teóricos que los que aparecerán en el columnismo mediático. Hablemos de shares. ¿Qué es el share? La proporción de un factor sobre el total de factores en un momento determinado. En televisión, un programa de aire con 4 puntos de rating puede ser un fracaso si el total de televisores encendidos es de un 50% (el share es 4:50; es decir, 8%); no obstante, puede ser un éxito si esos mismos 4 puntos de rating ocurren en un total de 8% de aparatos encendidos (4:8; es decir 50%).
De los 2,5 millones de votos emitidos para el balotaje a gobernaciones, el 58% de dichos sufragios corresponden a la Región Metropolitana. En la elección general de mayo pasado, las 13 regiones que hoy participaron en segunda vuelta sumaron 5,6 millones de sufragios, el 47% correspondió a Santiago región.
Esto significa 11 puntos porcentuales más de share entre la primera y la segunda elección. La capital monopolizó el interés del electorado en una elección que parecía más o menos cocinada en el resto del país. ¿Cocinada? Sí. Salvo Santiago y Ñuble, la candidatura ganadora de cada región obtuvo 15 puntos más que su contendiente.
Dado los hechos, la única elección realmente competitiva estaba ubicada en la capital, entre el conservador Claudio Orrego y la izquierdista Karina Oliva. Cada uno era la peor candidatura posible para su pacto. Sin embargo, este balotaje concentraba (con un importante botín de votos) el voto castigo hacia la-política-de-los-treinta-años versus el voto más tolerante hacia dicha política. En consecuencia, el voto no tenía características de ser particularmente afirmativo, sino que podía ser igualmente un voto de bronca desde la vereda de Oliva o una preferencia aprensiva desde el lado de Orrego.
En Santiago, se estuvo jugando un plebiscito sobre un devenir cultural. Eso explica el desacople de participación electoral de Santiago contra las regiones.
Primero, la derecha se había quedado sin candidatura oficial, pues sus rostros llegaron en cuarto y sexto lugar en la primera votación: Catalina Parot y Rojo Edwards. Segundo, el concertacionismo más conservador podía medir su potencial electoral con la diferencia del voto más aprensivo (el más a la derecha) en favor de Orrego.
¿El resultado? Una notoria influencia entre postergados versus favorecidos en la región. Las comunas postergadas votaron a Oliva y las favorecidas apoyaron a Orrego. Los postergados no solamente lo son en condiciones de precariedad financiera, sino también laboral, de hacinamiento, de depredación ambiental (San José de Maipo) o de consecuencias de la desertificación (Lampa, Tiltil). Los favorecidos no solamente son las comunas más ricas, sino quienes se ven más favorecidos con lo agrícola en el segmento rural de la región. No fue precisamente un voto de clase, sino uno de autopercepción.
Eso hace a Ñuñoa votar por candidaturas progresistas en la elección municipal, pero inclinarse hacia Orrego en el balotaje a gobernación: pueden ser una comuna crítica sobre la realidad, pero son un territorio favorecido.

La distorsión, proporcionalmente, ocurrió en las zonas más favorecidas. El distrito 11, que concentra a los más favorecidos, subió su share en el total de la región en casi 5 puntos porcentuales respecto de la votación anterior. Allí, Claudio Orrego logró un amplísimo 81,5%.
El share disminuyó particularmente en los distritos 8 y 14, donde se encuentran las zonas rurales de la región. Esto hace colegir que el ya mencionado voto de castigo haya sido un hype encapsulado en el Gran Santiago. Además, las comunas en donde Orrego obtuvo mayor votación se concentraron justamente en dichas afueras: Alhué, Buin, Colina, Curacaví, Isla de Maipo, María Pinto, Melipilla, Paine, Pirque, San Pedro de Melipilla y Talagante.

El D10 indica cómo el share electoral favoreció a Providencia y Ñuñoa en la segunda votación, contra La Granja o San Joaquín. Justo en las comunas que aumentaron el share electoral respecto a la primera votación, Orrego ganó ampliamente: 71,8% en Providencia, 56,46% en Ñuñoa.
La segunda votación a gobernadores resultó un tema concentrado casi exclusivamente en la capital, donde la llamada Batalla de Santiago determinaría el panorama de la oposición, con un valor simultáneo de preprimaria presidencial y de negociación parlamentaria. El componente de bronca y contrabronca no ocurrió en ninguna otra de las trece regiones en concurso. Santiago fue, entonces, el laboratorio de la medición de fuerzas de la oposición.
Dos clivajes permiten dar una orientación de la composición del electorado capitalino: postergados versus favorecidos, junto con urbano versus rural. En esos ejes, se dibuja el mensaje de las urnas en una elección para un cargo que, mientras la Asamblea Constituyente no dicte lo contrario, pesará en los hechos menos que un paquete de cabritas. Pero que sirvió para sacar otras cuentas.
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